En diferentes oportunidades les propuse a algunos estudiantes si podían establecer diferencias o relaciones entre los hechos que los argentinos celebramos el 25 de Mayo y el 9 de Julio, las dos fechas más importantes que hoy recordamos con relación a la génesis de nuestra nación. Ya sabemos que nunca hay hechos únicos, aislados, pero esos dos momentos históricos son, sin duda, fundacionales. Las respuestas a esa propuesta suelen ser confusas, pero siempre se habla de libertad, de independencia. Durante algunos años de nuestra historia la celebración de mayor importancia fue la del 25 de Mayo, e inclusive existió un único feriado que fusionaba el recuerdo de ambos eventos, hasta que por un decreto de 1835 se determinó que sería día festivo el 9 de Julio, en igualdad de condiciones con el 25 de Mayo, y los feriados se separaron. El 25 de Mayo -aunque suculento- fue la copa de espera, pero el 9 de Julio fue entrada, plato principal y postre. Seis años separan estos dos acontecimientos, y la promesa de libertad gestada en Mayo de 1810 puso tinta, papel y firma en el acta legal de Julio de 1816: la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata de la monarquía española era un hecho y ya no había vuelta atrás.
Motivado por los objetos de estudio que unen las carreras de nuestra institución -las imágenes- quería compartirles una breve reflexión acerca de cómo ellas hacen un particular aporte en la construcción simbólica del Día de la Independencia.
¿Qué imágenes recordamos cuando pensamos en el 9 de Julio de 1816? Posiblemente muchas y variadas; mi mente evoca de entre todas y con mayor firmeza, la fachada de la Casa de Tucumán. Mi infancia analógica estuvo signada en gran parte por el Billiken y el Anteojito, dos publicaciones infantiles semanales con los que, por aquellos años escolares, los pequeños argentinos contábamos para buscar información (sí, hubo una época en que la que no existió Wikipedia). Yo esperaba ansiosamente que mis padres me compraran esas revistas sobre todo en las fechas patrias, pues me apasionaba construir las maquetas de los dos edificios históricos emblemáticos: el Cabildo de Buenos Aires y la Casa de Tucumán. Tuvieron que pasar algunos años para que conociera personalmente aquella Casa Histórica del norte de nuestra Argentina, pero fue gracias a las imágenes que ese lugar formaba parte de mi propia historia mucho tiempo antes de que pisara su suelo. Un espacio arquitectónico multiplicado en imágenes de cartón troquelado hacía presente a kilómetros de distancia y a más de cien años las contundentes acciones de independencia que nuestros congresistas firmaron aquel día bajo la presidencia de Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan.
La casa original era una vivienda familiar construida medio siglo antes del año de la Independencia,.perteneciente a Francisca Bazán y Miguel Laguna, un matrimonio local; dado que en 1816 el poblado de Tucumán no contaba con edificios públicos adecuados, se decidió que el Congreso sesionara en ese casa. La edificación de típico portal barroco flanqueado por dos columnas salomónicas fue realizada básicamente con muros de tierra apisonada y techos de caña y tejas y solo el portal fue elaborado con ladrillos y revocado con barro y cal. La falta de mantenimiento provocó, con el paso del tiempo, un rápido deterioro.
Medio siglo después de que se reuniera el Congreso en ese lugar, un fotógrafo italiano retrató a uno de sus hijos en la puerta de la Casa Histórica junto al conductor del carro que llevaba su laboratorio ambulante. Su nombre era Ángel Paganelli y aquella toma sería la única que se conservaría de la fachada original de la casa. Gracias a esa foto el arquitecto Mario José Buschiazzo pudo reconstruir, un siglo después, la fachada original donde se declaró la Independencia.
Otro dato interesante es el tema de los colores. Como se imaginarán, la foto de Paganelli no era a color, y no existen imágenes que documenten los colores originales de la fachada. Las publicaciones infantiles antes mencionadas teñían las paredes de amarillo y las puertas y ventanas de verde, un esquema de color que prevaleció durante años, pero los documentos existentes en el Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán comprueban el encargo del azul de Prusia para pintar las puertas y ventanas de la Casa del Congreso. Por otra parte, los trabajos de investigación llevados a cabo en 1996 por la Dirección Nacional de Arquitectura y dirigidos por el Arq. Juan Carlos Marinsalda, comprobaron la existencia de restos de pintura de esta variante del color azul. A partir de ese año la Histórica Casa luce con los colores blanco y azul que, se suponen, fueron los originales de 1816.
El acceso a las imágenes hoy es infinitamente superior, y no es de extrañar que contemos con visitas virtuales a los espacios históricos, reproducciones digitales de aquellas revistas educativas, y hasta la venta de la lámina de un Billiken para construir la Casa de Tucumán en “muy buen estado de conservación” según dice la página del vendedor en Mercado Libre. Es así que las imágenes nos enlazan con el mundo a la vez que lo construyen. Pintores, ilustradores, fotógrafos, diseñadores, todos contribuyen también, desde sus profesiones, a la construcción simbólica de los pueblos. En este renovado 9 de Julio de 2018 vaya mi deseo para todos de que esa construcción sea siempre para hacernos más libres.
Prof. Alejandro Zoratti